Liderazgo en tiempos de crisis: Decidir bien
La ciudadanía explotó en la calle, nadie fue capaz de preverlo, y casi 86 % del país está de acuerdo con el movimiento social. Los diagnósticos son claros; en 2006 a propósito del incremento del suicidio diagnosticamos un Chile anómico, y lo reafirmamos en 2016 a propósito de mediciones de ‘felicidad’ y malestar en el país. En 2019 afirmamos que un Estado que es incapaz de asegurar Salud, Educación y Seguridad es uno fallido. La ciudadanía considera de muy alta relevancia resolver Pensiones-Jubilación y Salud (acceso y calidad). Más atrás están la Delincuencia y Justicia, DDHH, Corrupción y Medioambiente. Se cree necesario también avanzar en reformas al sistema laboral y en menor medida en el tributario y la Constitución.
El desprestigio de las instituciones es alto: Alcaldías, Carabineros, Iglesias, FFAA, Tribunales de Justicia, Empresariado, Presidencia de la República, Ministros, Parlamentarios(as) y Partidos Políticos, con lo que se abre un amplio espacio a liderazgos populistas o autoritarios. Hay otras encuestas (menos rigurosas) indicando como prioridades Pensión Mínima igual o mayor al salario mínimo, cárcel efectiva para delitos tributarios y para soborno y cohecho, transporte gratuito para 3ª edad, y reducción de sueldos a altos funcionarios públicos.
Los ciudadanos-manifestantes así como los responsables políticos –desde el Presidente hacia abajo- deben decidir bien. Los primeros evitar provocaciones y prepararse para mantenerse manifestando sostenidamente en el tiempo, lo que implica dosificación y canalización hacia objetivos específicos. No debe desperdiciarse el ímpetu y energía vertida hasta ahora sino hasta que se cumpla lo demandado. A su vez, para el Presidente y Gobierno, decidir bien no es solo expresar una voluntad de cambio sino iniciarla en la dirección de las demandas. La mera declaración de estar dispuesto a conversarlo todo o que se está abierto (cuando más bien se trastabilla) fue solo un inicio, ya pasado y superado por los hechos. Si no se actúa en consecuencia aparece a los ciudadanos como una burda maniobra de negociación, un medio para dilatar y agotar al otro.
Tal vez la Presidencia (y quienes defienden el sistema/Constitución como si fuese ‘tablas de la ley’) piense que existen muchos caminos posibles antes esta crisis, y una ‘solución óptima’: es propio de los maximizadores creerlo. Pero no solo hay un costo de oportunidad (el Presidente ya está en más de un 83 % de rechazo) y que ellos mismos se agotan sin dar con la opción óptima. La evidencia parece sugerir que las decisiones del estamento político bajo crisis requieren mera satisfacción, respuestas rápidas pero verdaderamente proactivas (la lentitud, inoperancia y procastinación van absolutamente en contra de los decisores políticos y así, en contra de la estabilidad social). La buena intención de la élite gubernamental de creer que es posible encontrar la ‘solución óptima’ pensando, reflexionando, y repensando como afrontar la crisis le distrae, cuando las respuestas obvias y satisfactorias están a la vista (de un decisor satisfactor).
La violencia es el fracaso de la política en democracia, y ella sin duda es muy bien alimentada si las respuestas a las demandas sociales de la ciudadanía son tardías, débiles o no creíbles o, peor aún, si aquellas son una burla (‘compre flores’, ‘hagan bingos’, ‘van a hacer vida social en los consultorios’, ‘yo no me siento responsable de nada…’ ). Es responsabilidad política y ética de un Gobierno decidir bien ante la crisis –eficaz y oportunamente- por el bien común.
Pero la ‘decisión perfecta’ es como la búsqueda de cualquier cosa perfecta: inútil y, además, una muy eficaz manera de procurarse infelicidad. Los gobernantes deberían actuar inmediatamente pro-cambios económicos y sociales que les son altamente controlables en una agenda corta –pensiones/jubilación y salud- (además la oposición los apoyaría sin vacilación en el parlamento) y anunciar otros que no dependen de ellos más que en su puesta en marcha ya que son de mediano a largo plazo (v.g Constitución, dado su carácter doble: técnico y deseablemente participativo). Lamentablemente esto último comenzó mal: los partidos de gobierno incluyendo los más ‘liberales’ votaron en contra de la propuesta de reforma constitucional (aprobada 7 a 6). El Presidente perdió una oportunidad de invitar públicamente a sus partidarios a apoyarla y con ello pierde él, la ciudadanía y la nación. ¿Chile tiene un presidente que es un líder transformacional? Este se define como uno motivador y transformador, que produce cambios de visión en sus seguidores, que apela a ideales morales y valores como la honestidad, la responsabilidad o el altruismo. Insta a que miren el interés general y superen el egoísmo individual. Representa la cultura del cambio. Ojalá y por el bien de todos -bajo esta crisis- busque serlo, aún hay tiempo.
Dr. Emilio Moyano Díaz, Fundador y ex Decano de la Facultad de Psicología y ex Vicerrector de Universidad de Talca, Psicólogo Social, Prof. Titular de Excelencia, académico de Universidad de Talca. Investigador en Psicología Social.
Inv. Proy. Fondecyt N°1170855