Al límite de la vanidad
¿Esclavos de la belleza o sana autoestima?
Ernesto Sábato, escritor argentino, dijo una vez: “La vanidad es tan fantástica, que hasta nos induce a preocuparnos de lo que pensarán de nosotros una vez muertos y enterrados”. Una frase que puede parecer fuerte y taxativa, pero no lejos de una realidad latente en el siglo 21, donde lo estético ha pasado a ser la principal carta de presentación en nuestras relaciones sociales. De todas maneras, en el presente reportaje quisimos ampliar la mirada y profundizar sobre la vanidad, que entremezcla el orgullo, la autoestima, el engreimiento, un recurso de autoayuda… En fin, una serie de elementos que no está demás darles una vuelta para evitar que este Pecado Capital nos esclavice en el mundo moderno y tecnológico de hoy, donde “la imagen es todo”.
Sana vanidad
¿Existe?, es lo primero que nos preguntamos y fue lo que nos aclaró la psicóloga chillaneja Erika Concha, quien señaló que más allá del concepto básico de vanidad como la creencia excesiva en las habilidades propias o la atracción causada hacia los demás, siendo un tipo de arrogancia o una expresión exagerada de la soberbia, se puede hablar de “vanidad saludable” cuando “nos permite sentirnos a gusto con nosotros mismos como personas integrales física, espiritual, laboral y socialmente”, asevera y agrega que “por ejemplo, cuando yo me arreglo para sentirme a gusto conmigo misma en diferentes contextos sociales. Si logro un equilibrio entre lo que yo deseo para mí, que es lo que realmente me gusta a mí, no al otro, lo considero una sana vanidad, ya que me hace sentir que soy yo misma (o), no una imitación de los otros o de los cánones de moda o farándula impuesta por los medios audiovisuales, que hoy en día se han confundido bastante buscando la perfección física y material, lo que se comprueba con el aumento excesivo de las cirugías plásticas o de patologías como anorexia y bulimia, dejando de lado lo espiritual y valórico.
¿Y cuándo no es sana?, cuando te empobrece, te hace ser alguien que no eres y te aleja del real propósito de ser mejor persona con uno mismo y con los demás. En este contexto, la mente de la persona vanidosa se preocupa de lucir exitosa y atractiva, como un mecanismo de adaptación a grupos sociales. Esto explicaría que el cerebro humano está obsesionado con la opinión que el resto tenga de nosotros”, argumenta Erika.
De la vanidad al narcisismo
Justamente cuando la vanidad pasa a ser una “mala consejera” y traspasa los límites llegando a ser una patología, es que podemos hablar de narcisismo, lo que es la exagerada admiración por uno mismo y una falta de empatía, que comienza en las primeras etapas de la vida adulta y se puede identificar cuando la persona tiene sentimientos de grandeza, esperando ser reconocida. Está absorta en fantasías de éxito, poder, brillantez, belleza, creyendo que es especial y única. “El narcisista tiene una necesidad excesiva de admiración, explota las relaciones interpersonales, carece de empatía con frecuencia, envidia a los demás o cree que lo envidian, mostrando actitudes más arrogantes y de superioridad. En cambio, la persona vanidosa, aun cuando le importa su imagen y el qué dirán, puede seguir sintiendo empatía por los demás”, explica Erika.
¿Qué te importa el qué dirán? Es la pregunta que hace Josefina Barriga, psicóloga talquina. “No es fácil hacer caso a ese consejo ¿no?… En mayor o menor medida, nos importa. Y es que en la mirada del otro es donde nos vemos y nos reconocemos. Muchas veces en consulta, con adultos, me preguntan ¿qué opina de mí?, ¿cómo me ve?, ¿cómo soy yo?… Lo que si bien habla de una idea de un sí mismo inseguro, también nos muestra la importancia de la mirada del otro en la propia definición, donde no necesariamente hay un narcisismo patológico.
Si bien somos seres en constante evolución con aspectos que se van modificando y otros más estables y permanentes, existe la necesidad de saber quién y cómo somos, y para ello es que nos basamos en lo que dicen los demás.
Al respecto, nuestra personalidad es menos visible al otro que la apariencia física, la que a su vez, hasta cierto punto, resulta ser más manipulable. No es extraño, el cuidar la apariencia física y psicológica que ven los demás, en virtud de una mejor imagen de sí mismo. Lo que se debe cuidar es que ese grado de vanidad, no dañe a otro, no perder la empatía, ni buscar ser algo distinto de lo que se es”, explica Josefina, quien agrega “la vanidad es cercana al narcisismo, sin embargo, hay aspectos que distinguir. La vanidad narcisista responde a una herida narcisista, que proviene de sus primeros años de vida, habitualmente a partir de una carencia emocional temprana producida por una madre o un padre emocionalmente frío o indiferente, o una agresividad encubierta hacia este hijo, que genera una sensación de vacío interno, una autoestima carente y una inseguridad que se intenta camuflar con una autoevaluación patológicamente exagerada, irreal e inflada, más cercana a la megalomanía (idea de superioridad, grandeza, etc…)”, manifiesta.
Ahora bien, el vanidoso, según Josefina, no necesariamente es narciso, ni va a ver al otro como un objeto para reforzar su autoestima, como tampoco va a devaluar a los demás o exagerar sus virtudes a un nivel que se escape de la realidad… La vanidad, a un nivel donde no se daña ni perjudica a los demás, es un aspecto natural en el ser humano, complementa la especialista.
Psicología del “retoque”
¿Pero qué hacen que una persona decida caer en esta espiral de la perfección estética? Al respecto, Erika Concha afirma que se debe a factores personales, culturales y de la publicidad, estos últimos son los que dictan los cánones de belleza. “La excesiva preocupación por la apariencia puede ser consecuencia de una baja autoestima que va de la mano de un problema psicológico que puede llevar a la persona a someterse a cirugías para cambiar su cuerpo. Estudios recientes advierten un fenómeno nuevo llamado Snapchat Dysmorphia donde los pacientes buscan cirugías para parecerse a las selfies arregladas de sí mismos. En cuanto a las patologías, se podría manifestar como trastorno dismórfico corporal, lo que conduciría a diversas patologías como bulimia y anorexia por lograr esas imágenes virtuales idílicas e inexactas de la realidad.
Asimismo, el uso excesivo de esta moda puede provocar predisposición a desarrollar un trastorno de ansiedad y depresión en los adolescentes, sobre todo en las mujeres que tienden a comparar su realidad con lo que ven en el mundo “ideal” de las redes sociales, despojándote de toda autenticidad, alejándose de sí mismas y su realidad. Varios expertos advierten de la asociación entre narcisismo o baja autoestima y la obsesión por sacarse este tipo de fotografías (selfies), no es un problema que radique en la tecnología, sino en el uso patológico que se le da”, indica la profesional chillaneja.
Mundo tecnológico: un factor que incide
Josefina Barriga agrega que, desde el punto de vista psicológico, la idea de uno mismo es construida a partir de la mirada del otro y sus juicios, a partir de los primeros años de vida, donde la familia es la protagonista, para luego en la adolescencia, esa incidencia la tienen los pares, como consecuencia de la búsqueda de una diferenciación respecto de los padres.
“Ahora bien, en la adolescencia la empatía aún no está del todo consolidada, por lo que los juicios de los demás muchas veces resultan muy destructivos, así como también la mirada en el espejo conlleva una crítica aguda con falta de empatía hacía sí mismo. Es en este punto donde la tecnología adquiere un protagonismo evidente. Hoy en día, las selfies y la selección de imágenes permite un cierto control de lo que se quiere mostrar, pero al mismo tiempo, se pierde la cercanía emocional y la empatía en la relación con el otro, no se desarrollan adecuadamente las habilidades sociales. Hoy en día muchos se ocultan detrás de las pantallas, y ello refleja una autoestima que no es la adecuada. Ocultarse no permite vivir correctamente el proceso de reconocerse en el otro, por lo que la idea de sí mismo refuerza su fragilidad y ocultarse se torna un vicio, en especial, al ver buenos resultados en la comunicación cibernética”, cuenta la profesional maulina.
Al respecto, dice Josefina, no es lo mismo que alguien juegue con el Photoshop de la propia imagen con el fin de reírse o incluso de dar una mejor imagen a los demás conservando los parámetros de realidad, que cuando ese retoque resulta alejarnos de quienes somos. O yendo a un extremo, cuando de frentón se usa la imagen de otra persona para resultar más atractivo/a para los demás, donde consciente o inconscientemente se juzga la propia imagen como menos aceptable o atractiva. Cuanto más se oculta el quién se es, menos posibilidades hay de aceptarse tal cual y ser feliz con ello.
Por eso, como sugerencia, si crees no aceptarte bien, intenta mirarte más al espejo y poner el foco en tus cualidades, abrazando lo menos virtuoso, recuerda que no hay nadie perfecto. Porque somos imperfectos nos complementamos. Muchas veces el atractivo inconsciente del otro, es ese defecto que me permite complementarlo, asevera Josefina Barriga.
¿Cómo evitar la vanidad desde la infancia?: consejos para los padres
- Estar atentos a nuestros hijos y sus cambios: Saber establecer a temprana edad, límites a través de la buena comunicación y bloquear este estereotipo de ensueños virtuales.
- Limitar el uso de redes sociales a lo mínimo: Potenciar el deporte, estar atento al primer cambio de conducta de nuestros hijos, comunicación efectiva, hacer vida familiar de calidad.
- Tener claridad de conceptos: Para que los niños controlen su vanidad, es necesario que conozcan el límite entre la positividad que desprende la autoestima y el peligro de pasarse de la raya. Cuando saben que tienen que frenar sobre sí mismos empezarán a concentrarse en su propia humildad.
- La importancia de mejorar: Para que nuestros hijos no sean presumidos bien con su belleza, con su destreza para realizar alguna actividad o su alta capacidad para desarrollar algo creativo, es importante que les dejemos claro que siempre se puede mejorar, y que nadie es perfecto, sino que los errores se cometen y que todo el mundo tiene derecho a desarrollar lo que a ellos se les da bien.
La empatía hacia los demás: Cuando un niño es muy bueno en algo, o todos aquellos que le rodean le dicen constantemente que tiene un físico imponente, esto puede hacer que crea que los demás son inferiores. La empatía hacia los otros es fundamental para que de la autoestima no se pase a la altanería hacia el resto.