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Marcela Rosen Carvajal, gestora cultural

“Me viene por sangre esta pasión por el arte”

Marcela Rosen Carvajal, gestora culturalTraductora de oficio, gestora cultural por vocación, esta santiaguina de 78 años, avecindada hace dos décadas en Los Ángeles, ha golpeado todas las puertas necesarias, para que la capital provincial de Biobío cuente con un Centro Cultural.

En la cafetería de la sede local de la Universidad de Concepción, Marcela nos recibe como en su casa. Y es que, hace poco más de 20 años, aquí la acogieron como una participante más de los talleres destinados a adultos mayores, en los que reciben formación en literatura, música e historia, entre otras materias.

Esta ciudad le abrió los brazos, luego que enviudara y su madre falleciera. Llegó a la zona para estar cerca de su único hijo, sin pensar en el interesante mundo que se le abriría. “Conversé con él y me vine, pero siempre independiente”, recuerda.

Usted es oriunda de Santiago, ¿por qué razón su hijo y nietos estaban en Los Ángeles?

MI esposo compró varias parcelas en Negrete, preocupado de que nuestro hijo, médico veterinario, tuviera donde trabajar. Por eso él, que estudió en Valdivia, se radicó aquí, donde realiza asesorías en distintas comunas del sur del país, y además acá en Los Ángeles tiene un local llamado “Boa Bar”.

¿Cómo logró hacerse este ambiente en una ciudad desconocida?

No fue mi intención hacerme este ambiente tan nutrido, pero fue de apoco. Comencé a venir a la Universidad de Concepción, para ser parte de una agrupación que dirigía la señora Mirta Varas, donde la Universidad nos cede un espacio para mejorarnos a nosotros mismos y recibimos clases autofinanciadas, de distintas materias. Hoy, por ejemplo, tengo clases de literatura. Hablé con la señora Mirta y vine aquí a ofrecer mis servicios para hacer una clase de inglés y para integrarme al grupo, y aquí estoy, más de 20 años después.

¿Cómo llegó a otras agrupaciones culturales?

Un día vi en los edificios públicos un letrero que llamaba a integrarse a los interesados en el arte, en el colectivo “Caja Azul”. Y partí para allá y fui muy bien acogida por el público. Hicimos grandes cosas, como los encuentros de poetas jóvenes del sur, y después, esta agrupación se fue desmembrando, porque estaba compuesta por personas muy jóvenes que tomaron diversos rumbos, y desapareció.

EL DESPEGUE

Este fue el inicio de una nutrida carrera. Rápidamente, Marcela Rosen comenzó a ser reconocida en el ambiente artístico y siguió participando en distintas organizaciones. Tanto así, que la propusieron como Consejera Regional de Cultura, donde representó a la ciudad por ocho años.

¿Quiénes la impulsaron a ostentar este cargo?

La Corporación de Monumentos de Los Ángeles me pidió que fuera a representarlos a ellos y a la ciudad. Llevé cartas del alcalde, de la directiva de la Academia Enrique Molina Garmendia y de otras agrupaciones a las que pertenecía y de casualidad yo creo, me aceptaron. Ahí lidié con otro ambiente, distinto, me tocó pelear, en buena ley, porque había que poner a Los Ángeles de relevancia en Concepción y todavía hay que hacerlo. Los Ángeles, para ellos, es un apéndice que no les sirve para nada, no consideran la integración, no como nosotros que dependemos de ellos, especialmente en cuestiones de presupuesto.

¿Cómo evalúa la gestión que realizó ad honorem en estos dos períodos?

Había que hacer algo por Los Ángeles y no solo por esta ciudad. A mí, nadie me daba plata para pasajes, pero fui a Antuco a ayudarles a formar una agrupación cultural, fui a ver como tocaban instrumentos unos niños en Yumbel, para poder informar, entre otras cosas. Algo logré, porque, al menos, mis ex compañeros del consejo me recuerdan así, me quieren y creo que algo hice.

De forma paralela, usted encabezó las gestiones para concretar la Corporación Cultural Municipal en el 2013. ¿Cómo fue la relación con los tres alcaldes que escucharon esta petición?

No puedo descartar el hecho que don Joel Rosales fuera el primero recibirme y en hacer el nexo con CMPC y gracias a eso tenemos el Museo Artequin. Luego, cuando llegó don Eduardo Borgoño, estábamos a punto de formar la Corporación Cultural, y el dejó la tarea final a Esteban Krause. Cuando este último asumió, me llamó y seguimos el trabajo. Esto apoyado siempre por una directiva muy constante, participativa, de ideas similares, y aquí estamos trabajando.

UN SUEÑO HECHO REALIDAD

La creación de la Corporación Cultural Municipal de Los Ángeles (de derecho privado), era el primer paso para la adjudicación de recursos que permitieran levantar un Centro Cultural en el ex internado del Liceo de Hombres, emblemático edificio, emplazado frente a la Plaza de Armas. Pero, el camino no fue fácil.

¿Cómo partió este anhelo?

Quedó la semilla de Caja Azul, ya que el secretario general de esa agrupación, el abogado Mario Quezada, tenía contactos en Santiago y por allá contó que teníamos el edificio del ex internado del Liceo de Hombres, con la gran ambición de que fuera un centro cultural. Se envió desde Santiago a una alumna tesista para que viera si era posible este proyecto y salió aprobado. Ese fue nuestro caballito de batalla y aún lo tengo guardado, desde el año 2002 aproximadamente.

¿Qué gestiones vinieron a continuación?

Empezamos la lenta lucha con, por ejemplo, la Corporación de Monumentos Históricos, que era gente preocupada de que no se demoliera el edificio. Pero, esta fue una de muchas dificultades. El edificio era de Educación, luego de Bienes Nacionales y finalmente de la Municipalidad, y todos esos trámites demoraron años. Y más encima, cuando ya se habían hecho todos los planos, incluso se había tomado una encuesta ciudadana donde se confirmaba que la ciudad necesitaba el proyecto, vino el terremoto y todo lo que era para cultura se destinó a reconstrucción.

¿El proyecto final del Centro Cultural, respeta el valor patrimonial del edificio?

Por supuesto, se respetaron las obras antiguas, algunas puertas, parte de la fachada y hay dos murales del pintor Anarkos de Bermedo, obras que serán restauradas con el edificio listo, y ahí vamos a tener que pedirle a la gente que nos ayude, a las empresas a través de la ley de donaciones culturales, para poder financiar.

En solo algunos meses, esta podría ser una misión cumplida…

Es un sueño cumplido, para muchos angelinos. Antes, incluso, que saliera la ley de Centros Culturales, muchas personas pensaron que este edificio majestuoso, debía perpetuarse para el desarrollo de distintas disciplinas artísticas y así será. Va a ser muy lindo, con los techos altos, baños modernos, es una misión cumplida.

LA CULTURA Y SUS EXPRESIONES COMO ORIGEN

Aunque en su familia estaba el gen artístico, no fue hasta un viaje a Atlanta (Georgia), que descubrió cuál sería su real vínculo con la cultura. Por casualidad, llegó a una galería de arte, donde pudo desarrollarse en una primera instancia, como gestora cultural.

¿Cómo adquirió conocimientos en traducción?

Tuve el privilegio de educarme en un colegio, el Santiago College, en Providencia, donde yo salí hablando inglés, que en esa época era muy necesario, porque nadie hablaba el idioma. Luego, me casé, y el año 68 mi esposo fue contratado por una consultora de Cooperativas Eléctricas, y ahí nos fuimos siete años a Atlanta, Georgia.

¿Tuvo la oportunidad de trabajar en el extranjero?

En Estados Unidos, realicé trabajos administrativos esporádicos. Un domingo dije: cómo no va a salir un trabajo que me interese, a pocas cuadras de mi casa. Justo vi un aviso en el diario y era del “Atlantic Artists Club”, donde me seleccionaron solo porque supe echar a andar la máquina de escribir. Trabajé ahí como dos años y medio. Era un club de grandes artistas y también de aficionados que aprendían, donde había muestra de arte que se cambiaba una vez al mes, y quedé encargada de organizar exposiciones, conseguir jurados y coordinar actividades.

¿Ahí nació su interés por el arte?

Yo lo tuve siempre, especialmente por la música, pero ahí despertó muy fuerte con las artes plásticas, no que yo fuera a hacer artes plásticas, porque no me consideraba capaz, pero descubrí que era muy feliz gestionando el arte.

¿En su familia, hay artistas?

Armando Carvajal, mi tío, fundó la Orquesta Sinfónica de Chile, así que a mí me viene por sangre esta pasión por el arte. Mis abuelos eran profesores, mi abuelo tocaba violonchelo, mi abuelito tocaba piano, mis tías abuelas pintaban, y ese ambiente a uno tiene que hacerle algo y uno tiene que dar crédito, ver dónde está su raíz y ser.

Posteriormente, Marcela volvió al país, trabajó para Gildemeister y luego para la Fundación Chile, empleo al que decidió renunciar, para acompañar a su esposo que falleció de cáncer. Luego, murió su madre y finalmente se vino a Los Ángeles. Hoy vive con su hijo, y sigue de cerca el paso hacia la adultez de sus nietos Diego y Consuelo.

“Espero que mi familia algún día esté orgullosa de mí. En este momento, mis nietos están forjando su futuro y recién cuando empiecen a sentirse viejos, les tocará la cuerda de pensar en quienes los antecedieron. Sé que ellos están felices, porque yo he sido feliz”, concluye satisfecha por el camino andado.

Además del estudio de las artes plásticas, Marcela disfruta de cada una de sus actividades, y cuenta los días para la inauguración del Centro Cultural, que ya tiene un 90 por ciento de avance.

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