Verónica Villagrán, empresaria
Una viajera de la vida
Ha vivido en Bélgica, Sudáfrica, Holanda e Inglaterra, y además, ha recorrido varios países del orbe. Aun cuando reconoce la influencia de esas experiencias en su vida, se declara maulina en un cien por ciento, arraigo que la llevó a volver al país e instalarse cerca de Talca, lugar en el cual ha desarrollado, junto a su marido Carlo, un pionero negocio turístico donde la sustentabilidad se vive en cada centímetro del recinto y en cada acción que se realiza.
¿Dónde parte la historia de Verónica Villagrán Lanctot?
“Soy maulina 100 %. Nací en Talca, luego viví en Linares y las vacaciones de toda mi infancia pasaron en el sector Bobadilla y Orilla de Maule, en la casa familiar, cerca de San Javier. Posteriormente nos trasladamos a Valdivia, por motivos laborales de mi papá que trabajaba en el mundo viñatero representando los vinos del Maule en el Sur, recuerdo que tenía 8 años y estuve ahí hasta los 13 años, estudiando en el Colegio Inmaculada Concepción. Fue en esa ciudad que nuestra vida cambió harto porque conocimos a un sacerdote belga que fue muy querido en Valdivia y que se transformó en una persona muy cercana a mi familia. Era muy apasionado por la bicicleta y apoyó a mi hermano, que también le gustaba ese deporte y que incluso fue campeón y representó Chile en el extranjero. De hecho, en 1972 mi abuela, mi hermano y este sacerdote se fueron a Bélgica y en 1973 con todo el tema político mis papás vieron una oportunidad para ir a visitarlos. Partimos en diciembre de 1973 y ahí nuestra vida cambió completamente porque en principio estuvimos un mes y medio y a pesar de eso nos pusieron igual en el colegio para aprender francés, además de recorrer Europa pensando que luego volveríamos a Chile. Así ocurrió, pero a mi papá le expropiaron sus propiedades y negocios y ahí se decide a volver a Bélgica con la idea de estar dos o tres años, pero finalmente nos quedamos, por lo menos yo, más de 30 años”.
¿Y cómo fueron esos años en que se instalan en Bélgica?
“Yo tenía 13 años y a esa edad empecé a dar cursos de español a mis compañeras durante los tiempos libres. Siempre inventando cosas para estar ocupada. De hecho, en las vacaciones, muy jovencita, seguí un curso de monitora y trabajé los veranos en campamentos para niños entre 2 y 16 años, algo que se hace mucho en Europa, así es que desde temprano comencé a ganarme mi propio dinero. Más tarde, terminé mis estudios a los 16 años y cumplí dos años más en un colegio privado monegasco en Bruselas donde estudié Relaciones Públicas con especialidad de azafata y trabajé un corto tiempo para Alitalia, hasta que conocí a mi primer marido, un belga con el que me casé a los 18 años y tuve tres hijos”.
¿Cómo fue esa experiencia vivida desde tan joven?
“La verdad no fue una vida de pareja muy linda, aunque con mis hijos fue muy bello para mí. A él no le gustaba Bélgica, había nacido allí, vivido en el Congo Belga y toda su adolescencia en Túnez, así es que partimos a Sudáfrica porque trabajaba para una empresa petrolera. Teníamos cinco años de casados y ya habían nacido mis tres hijos. Allí estuve tres años y finalmente me volví a Bélgica con mis niños y comenzó otra etapa de mi vida, porque en Sudáfrica trabajé en una agencia de viajes y a mi regreso a Bélgica entré a la Oficina de Turismo de Bruselas y luego me desempeñé en un gran centro cinematográfico que se abrió en la ciudad donde trabajé en relaciones públicas. Estuve ahí por dos años y medio hasta que conocí a un empresario holandés que tenía una empresa de racks para informática y que abrió una sucursal en Bélgica, de la cual fui gerente y estuve por ocho años, abriéndome harto campo de trabajo y dándome mucha experiencia. Luego, debido a la competencia, se cerró la sucursal en Bélgica y estuve algunos meses en Holanda y luego viendo los mismos clientes desde Bélgica, pero se comenzó a hacer muy difícil así es que tomé la decisión de intentar volver a Chile. Mandé a mis hijos con mis padres con la idea de encontrar trabajo acá, lo que finalmente no sucedió, volví a Bélgica, mis hijos que ya estaban estudiando en el Colegio La Salle en Talca se quedaron, y encontré trabajo en una empresa de telecomunicaciones, en la que estuve por espacio de dos años y medio, periodo en que conocí a mi actual marido, Carlo, un holandés que vivía en Bélgica trabajando para una empresa de la competencia”.
¿Y qué pasó con esa relación?
“Logramos en muy corto tiempo construir la perfecta fusión, relación exitosa laboralmente y más importante aún: una complicidad de vida, de familia y amor que hasta el día de hoy nos une. Vinimos de visita a Chile, estuvimos en San Pedro de Atacama, en las Torres del Paine, en la casa de mis papás acá en San Javier y a Carlo le gustó mucho el país y decidimos adquirir un predio familiar, pensando en un periodo de cuatro años más poder hacer algo, pero ese lapso en realidad se convirtió en un año. Nos vinimos a vivir a Chile e iniciamos una idea de proyecto de una empresa de decoración, pensando en hacer nuestra casa y tener este negocio, pero fundamentalmente dedicarnos a viajar, esa era nuestra idea, no trabajar tanto, tener a alguien que se ocupara del negocio y nosotros poder disfrutar lo que habíamos trabajado ya hasta ese momento”.
Pero no fue así.
“La verdad no. En Chile hemos hecho de todo. Empezamos con la construcción de esta casa familiar hace 19 años, convirtiéndola en lo que es hoy el Hotel Euro Charles, pasando por la idea de un club de encuentro entre clientes y amigos, con un estilo europeo pero sin mayor resultado, para luego agregar un restaurant de gastronomía belga, teníamos seis mesitas, Carlo cocinaba, yo atendía a la gente y así estuvimos como un año y medio hasta que conocimos a Luis Bozzo, gerente de la CMPC, quien nos sugirió que diéramos alojamiento y partimos con una habitación, la nuestra, y que luego fue creciendo hasta hoy en que tenemos 35 habitaciones. Pero durante más o menos 14 años no salimos de acá, solamente fue trabajo todos los días, hasta que ocurrió que empezamos a tener contacto con organismos públicos como Sernatur y Sercotec. Finalmente nos decidimos a postular un proyecto, lo ganamos, luego participé en un diplomado de turismo con Sernatur y ahí conociendo gente me ofrecen ser parte de la Cámara de Comercio de Talca, gremio del que soy directora y, además, participo del Profo de Enoturismo del Valle de Loncomilla y en ASECTUR, una asociación de turismo que está creciendo poco a poco. Son todas cosas que me encantan y aunque realmente me queda poco tiempo para participar, creo que todos estamos para hacer algo y hoy pienso que mi rol es ser vinculadora, porque me encanta mover a la gente y permitir que se contacten y se conecten. Pero realmente empezamos con lo justo y necesario, y hoy cuando vemos lo que tenemos con Carlo, siento una gran satisfacción porque hemos trabajado mucho y estamos súper orgullosos de la experiencia que uno vive fuera y que puede ponerla en valor acá”.
¿Por qué este proyecto se acerca a conceptos como la sustentabilidad y la economía circular?
“Porque siempre estuvo la idea, desde un principio, de trabajar con los productos más sanos posibles y tratando de reutilizar todo lo que tenemos en este sector. Y eso se potenció cuando Sernatur comenzó a destacar a las empresas con los sellos de calidad y sustentabilidad. Nosotros participamos, postulamos al sello de calidad, lo obtuvimos. Trabajamos para el sello de sustentabilidad y fuimos la primera empresa en la región en obtenerlo, aunque no con el máximo nivel, así es que seguimos trabajando, postulamos de nuevo y fuimos la primera empresa del país en obtener el nivel máximo, y eso nos levantó mucho aunque lamentablemente aquí en la Región del Maule no se difundió. Es un tema que nos interesa porque como nosotros hay otras empresas que trabajan realmente comprometidas con lo que están haciendo y yo pienso también que si queremos lograr ser un país sustentable hay que comenzar por la educación de los niños, ahí está la clave”.
¿Tiene algún hobby Verónica Villagrán?
“Me gusta mucho la lectura pero no tengo mucho tiempo para leer. Con mi marido somos Géminis, un signo de movimiento, no planificamos casi nada y hace como cuatro años hicimos un bello viaje en moto por el Paso Pehuenche, Buenos Aires, Montevideo y llegamos a Brasil, ocho mil kilómetros recorridos, eso nos gusta y si tuviéramos tiempo lo haríamos más seguido, así de forma simple, solamente tomar la moto y salir”.
¿Se siente realizada con todo lo que ha hecho?
“Con mis hijos me siento realizada, esa es mi riqueza más grande porque con ellos crecí, eso lo aseguro en un 100 %. Son hijos realizados profesional y personalmente y ese es un gran orgullo. Mi hija se fue a los 18 años a Inglaterra a trabajar, hizo estudios de turismo y hoy le va muy bien en Santiago, y mis dos hijos se fueron a Bélgica, uno estudió Diseño Gráfico, trabajó para una empresa africana harto tiempo, después volvió a Chile para abrir la primera discoteca acá en San Javier y hoy está en Valparaíso y Viña del Mar donde tiene negocios en el mundo de barista, y el segundo es especialista en implantes dentales y se desplaza entre Bélgica y Canadá. Además, Carlo tenía un hijo que creció con nosotros, terminó sus estudios en Talca y ahora tiene su propia empresa de turismo en San Pedro de Atacama. Son buenas personas, buenos profesionales y esa es la satisfacción más grande”.