Como un homenaje a la memoria del padre José Luis Ysern, recientemente fallecido, queremos compartir con ustedes esta entrevista de perfil humano que le realizamos hace 8 años, donde dejó una serie de reflexiones que siguen muy vigentes.
Por su amor y entrega a nuestra región y específicamente a nuestra ciudad de Chillán, los invitamos a recordar su historia de vida.
Hay seres humanos que debido a su alto compromiso social se convierten en personas queridas para las comunidades donde habitan. Es el caso del padre José Luis Ysern, quien además de ser sacerdote y doctor en psicología, es un hombre con un profundo sentido humano y social que, en esta emotiva entrevista, hace un repaso a su historia personal, llena de alegrías y dolores, donde la comunidad de Chillán ha sido un gran estímulo de vida.
Nació el 6 de octubre de 1934 en el seno de una familia acomodada constituida por su padre Vicente (profesional del Ministerio de Obras Públicas del Gobierno de Valencia), su madre María Josefa, y sus cinco hermanos, entre los que figura el ex Obispo de Chiloé, Juan Luis Ysern, y desde siempre fue un niño inquieto con curiosidad por conocer América Latina…
¿Cómo fue su infancia?
Siempre fuimos una familia muy unida donde mamábamos el amor familiar. Cuando vivíamos en Valencia, siempre viajábamos de veraneo al pueblito natal de mi madre llamado Arroyo de Valdivielso y el verano del 36 (junio) fuimos, como de costumbre, esperando que mi padre llegara más tarde, debido a las ocupaciones de su trabajo, pero con el estallido de la guerra no pudo, y se quedó en Valencia durante tres años. Un día, mi madre nos formó de menor a mayor en la puerta de la cocina; nos hizo entrar y recuerdo que en la chimenea de la cocina había un mendigo sentado. Yo inmediatamente lo saludé y le dije “Buenos días nos dé Dios”, hasta que uno de los mayores dijo “¡Papá!”… y fue ahí cuando lo reconocí… el siempre decía “lo peor de la guerra fue que los hijos no conocieran a sus padres”…
¿Qué lo motivó para ser sacerdote?
En mi casa era habitual, por ejemplo, que mi abuela hiciera entrar a un mendigo para cenar, y cuando éste terminaba y se iba, ella decía “demos gracias a Dios porque Jesucristo nos ha visitado”. Siempre se respiró un ambiente familiar, con un sentido muy teológico y social, que a mí personalmente me conmovió desde niño. Por eso cuando mi hermano mayor Juan Luis entró al seminario, yo sentí la inquietud de ser sacerdote (a los 14 años). Por otro lado, hubo otro episodio que marcó mi decisión, el conocer a un sacerdote de gran preocupación social en una actividad para la juventud obrera católica, donde participaba mi hermana. Eso sí, siempre tuve claro es que cuando fuera cura no me iba a quedar en España, quería ir a un país latino para ayudar.
¿Dónde estudió y cuándo se ordenó?
A los 16 años en la Universidad Pontificia de Salamanca, que fue un mundo nuevo, ahí estudié filosofía y teología, estudios que terminé en la Universidad Católica de Santiago, para después ordenarme en 1961 en Chillán, mi gran amor, gracias a que en Salamanca conocí a Eladio Vicuña Aránguiz, un Obispo chileno de Chillán, quien me invitó a esta tierra, a la que viajé junto a mi hermano en 1959, encontrando una iglesia y comunidad comprometidas con el área social.
¿Cómo llegó a la Psicología?
Fue un interés de siempre que se complementa con mi deseo de servir a los demás; por lo que cuando volví a España, en unos años sabáticos, estudié psicología clínica en la Universidad de Complutense en Madrid, lo que complementé, más tarde, con un Master en la Universidad de Lovaina, Bélgica y un doctorado en Salamanca.
¿Cuál es su visión de la Iglesia actual?
Hoy la miro con esperanza sobre todo a partir del papa Francisco, porque él nos da la razón a los curas que pensábamos igual sobre el giro que debía dar la Iglesia Católica chilena, desde un conservadurismo cerrado a un diálogo más abierto y cercano a la comunidad.
Te lo menciono porque si yo hubiera llegado a Chile a partir del siglo XXI no me habría enamorado de este país, porque lamentablemente lo que veo hoy en la sociedad es que hemos caído en el mal del nuevo rico, con gente que malgasta sus recursos, con menos sencillez, más individualista, más materialista y más preocupada de la imagen.
APRENDIZAJE DE VIDA
¿Qué le significó su experiencia con el cáncer?
Como cura, toda la vida me tocó acompañar a los enfermos, diciéndoles que al cáncer lo llamaran cáncer, sin adornos. Entonces cuando me llegó a mí, le pedí a mi médico que me dijera todo sin rodeos. Es por eso que lo tomé con tranquilidad.
Di gracias a Dios porque ahora me tocaba ver los toros en el ruedo, no en la barrera, y cuando empecé la radioterapia pude compartir con muchas personas que tenían la misma enfermedad, viviendo de cerca el drama psicológico que se produce y temas sociales que se desprenden como la desprotección de las personas que necesitan licencias para acompañar a los enfermos (sean adultos y sobre todo niños). No puede ser que en este país se tengan que sacar permisos (licencias) truchos para cuidar, o que para realizarse un buen tratamiento haya que ir a Santiago… es por ello que he estado instando a las personas a exigir sanamente sus derechos.
Pero, ¿qué sucedió con el ser humano?
Me produjo una mayor conciencia de vulnerabilidad y a la vez me permitió darme cuenta de lo valiosos que somos y cómo debemos cuidar la vida. Uno se siente más humilde y más necesitado de todos. Cuando sabemos encajar estos golpes nos hace mucho bien.
¿Qué mensaje les da a las personas que están pasando por momentos de dificultad tanto en la salud como lo personal?
Si eres creyente, ten la seguridad que el señor Jesús, que pasó por el mundo liberando a los enfermos, sanando a los ciegos, y levantando a los tullidos, también te levantará a ti… la oración, personal y comunitaria, da una fuerza increíble. Si no eres creyente, aprende a valorar el diálogo con los demás de manera abierta y directa, sé valiente pero no presumas esa valentía, confía en la bondad de la gente.