Dr. Álvaro Rojas Marín, rector Universidad de Talca. El hombre detrás del rector
Este médico veterinario de profesión ha liderado por más de dos décadas los destinos de la Universidad de Talca y aun cuando asume las críticas por el tiempo al frente de la institución, señala que hay que hacer un último esfuerzo por consolidar temas que son centrales para la casa de estudios superiores. Aun así, sueña con pagar algunas deudas familiares y consigo mismo, sobre todo después de que una enfermedad autoinmune llevó al límite su salud, hecho que solo pudo sortear gracias a un trasplante de riñón que le ha permitido valorar más el tiempo, el mismo que quisiera hoy para retomar las clases de piano que realizó cuando niño, aprender matemáticas o seguir escribiendo poesía.
¿Cómo se autodefine Álvaro Rojas?
“Soy una persona que tiene un compromiso muy profundo con su institución, desde siempre, dedicando gran parte de mi juventud y madurez a consolidar un proyecto para el cual previamente me preparé muy bien. Soy algo formal, buen padre de familia, digo yo. Sensible con los temas culturales y pese a mi formación, tengo una buena dosis de humanismo. En lo social más bien progresista, yo diría, y en lo cultural más adherente a escuelas tradicionales. Responsable con mi trabajo, tanto así que, no obstante, la profunda crisis de salud que tengo por un trasplante de riñón, me he mantenido siempre trabajando”.
¿Cuál es su origen familiar?
“Yo soy de Santiago, nací y estudié allá, en el Liceo Alemán. Mi papá fue militar, con grado de coronel. Mi mamá trabajó en el Ministerio de Educación, fue profesora. Tengo una hermana que es enfermera. Vivimos en el centro de Santiago y de ahí son mis vivencias en una época en que ese lugar era otra cosa. Yo jugaba en el patio de La Moneda cuando se podía, ese era mi patio, donde andábamos en bicicleta, en patines, justamente en la Plaza de la Constitución, cosa que hoy es imposible de hacer, igual en la Alameda que era más ancha. Fuimos un hogar de clase media, mi padre trabajó en Famae después de retirarse de militar, y mi mamá toda su vida en el Ministerio de Educación como funcionaria de carrera y dirigente gremial del Partido Radical, manteniéndose ahí hasta que fue exonerada el 11 de septiembre de 1973. Mi infancia estuvo en torno a la familia -que era bastante unida-, el colegio y los amigos. Una infancia metropolitana ciento por ciento”.
¿Qué recuerdos tiene de la etapa del colegio?
“Entré muy chico al colegio, de cuatro años, y salí a los 16 años. Estudié los 12 años en el Liceo Alemán, un colegio de curas alemanes que me marcó en responsabilidad y disciplina, casi de temor, y eso significa también mucha autocontención, mucha vida interior. Tuve muy buenos profesores, de mucha vocación, grandes educadores, personas muy cercanas en lo formativo y muy puestas en su lugar como maestros. También tuvimos algunos valores culturales, escuchábamos música o íbamos a algún concierto en el colegio. Tengo gratos recuerdos y no tengo deudas pendientes, aunque uno podría decir que le faltó al colegio habernos mostrado un poco mejor la sociedad en la que estábamos, fue una isla”.
¿Cómo recuerda el momento en que empieza a definir su futuro académico?
“Todos los test que se empezaron a hacer en esa época señalaban que iba a estudiar agronomía. Mi mamá me decía cuando era chico que fuera médico y mi papá quería que fuera militar. Pero fue él quien me dijo que estudiara veterinaria porque además de militar, mi papá fue un gran maestro de equitación y conocía el trabajo de los veterinarios. Di la prueba y tuve la posibilidad de irme a Valparaíso a estudiar medicina o quedarme en Santiago y estudiar veterinaria. Con 16 años opté por lo segundo un poco por el temor de irme del seno familiar. Y me entusiasmó mucho la carrera, pero tempranamente, en el tercer año, cuando íbamos a terreno a atender agricultores, entendí que los problemas de los campesinos eran más graves que los problemas de sus animales. Y yo siempre tuve una inquietud por estudiar economía agraria, tenía ganas de saber más de eso, cosa que pude completar con mis estudios de doctorado y luego mi dedicación profesional fue en torno a los temas del desarrollo agrícola”.
¿Cómo calificaría su trayectoria laboral, pensando en cómo se fue dando este interés por seguir estudiando, formándose, adquiriendo conocimientos, y que todo ello lo llevó finalmente a ser rector de una universidad?
“Mi primer empleador fue una ONG de la Iglesia que se preocupó de atender a los agricultores de la reforma agraria y que después del golpe militar extendió su trabajo a algunas cooperativas que quedaron. Ahí me empapé de una realidad rural muy compleja del proceso de reforma agraria que había tenido todo lo que sabemos, aciertos, desaciertos y un grupo de campesinos que quedó un poco a merced de la fuerza del mercado. Y en ese trabajo que hicimos en algunas cooperativas, rápidamente entendí que no tenía todos los elementos de juicio para ser un profesional destacado que pudiera ser efectivo en ese trabajo y eso me motivó a empezar a investigar alternativas de formación profesional de posgrado cuando nadie estudiaba magíster o doctorado en Chile. Y se dio una coincidencia interesante que mi simpatía por cierto partido político me permitió vincularme con la Fundación Konrad Adenauer, que tiene un instituto para la promoción de talentos, y mi interés, mi cercanía política y algo de alemán que hablaba, me empujó a postular a una beca para hacer una prueba. Postulé y quedé, y con mi señora decidimos irnos inmediatamente. Lo hicimos con una beca muy baja, 850 marcos que son como 400 o 500 dólares, a enfrentar el mundo porque en Chile no había mucho que hacer tampoco. Estudiamos y complementamos los ingresos haciendo aseo mi señora y yo trabajando en jardines. Fueron cuatro años en Alemania de una forja dura, aprendiendo el idioma y el dialecto que se habla en Baviera, con momentos tristes y alegres, pero me fue bien con el doctorado, logré publicar varias cosas luego, me dio una línea de trabajo y gané algunos proyectos en Alemania y en Chile”.
Pero luego volvió a Alemania.
“Tuve un recuerdo de infancia cuando estudiaba alemán en un instituto de haber visto un cartel con información de la Beca Humboldt, una de las mejores becas de postdoctorado en el mundo. Postulé, la gané y me fui en el año 1989 con la idea de no volver a Talca, donde estaba desde el año 1983. Pero más tarde regresamos en democracia y se dio el cambio en la universidad, con la demanda de elegir al rector en la cual me fui sin querer involucrando y después ya no me pude salir más. Créame que no busqué ser rector en lo absoluto, nunca había sido jefe de nadie y tenía tan solo 37 años. Lo que viene después es que, reconociendo mis limitaciones, pensé que esta universidad, para dirigirla, no se podía hacer en base a la intuición, sino en base a estrategia”.
¿Cómo se conforma su vida familiar?
“Tengo puras mujeres rodeándome. Mi señora, Clarita Henríquez, con la cual tenemos 41 años de matrimonio, ha sido un pilar fundamental en todo lo que hemos conseguido en la vida, tanto personalmente como familiarmente. Mis dos hijas, la menor que vive en Santiago y tiene una hija, mi nieta mayor que se llama Laura, y la otra hija que vive en Concepción, con dos hijas, Emilia y María Gracia. Son niñas muy sencillas, muy abiertas, muy alegres, sin grandes rollos. Tienen las dos muy lindas familias”.
Ud. mencionó lo del trasplante, ¿cómo se vive todo ese fuerte proceso?
“En el año 1985 en un examen apareció una patología autoinmune a los riñones que se llama enfermedad de Berger. Es una enfermedad progresiva en muchos casos. Tuve más o menos contralada la enfermedad, observando el avance y, de hecho, antes de ser ministro en 2006 me hice exámenes y calculé que me quedaba para unos 4 o 5 años más de funcionamiento. Más que el riñón, lo que me atacó fue la anemia y en un momento ya no pude más, quedé superado por eso y por el edema. Esto lo habíamos conversado mucho en familia y mi señora había decidido que ella iba a ser mi donante, así es que comenzó a hacerse los exámenes, yo entré en diálisis y se estudió la compatibilidad, teníamos lista la fecha para el trasplante y como los milagros existen, surgió un riñón de una persona que me cambió la vida porque estaba prácticamente con una baja expectativa. Luego me recuperé y yo le había pedido a la Presidenta Michelle Bachelet que me cambiara cuando realizara un ajuste, pero volví a trabajar y luego me entusiasmé y no quería que me cambiara, pero ella tuvo la maravillosa idea de ofrecerme algo que era mucho más compatible con mi período de recuperación y me nombró embajador en Alemania. Luego volví en 2010 y como había dejado mi cargo vacante en la universidad, se dio la posibilidad de regresar a la rectoría luego del proceso eleccionario. Si uno saca cuentas, puede parecer excesivo porque tampoco estoy tan sano y en una edad en que podría irme tranquilo para la casa, pero aquí estoy, en una etapa muy compleja del sistema universitario chileno y con grandes proyectos internamente”.
¿Con qué disfruta en la vida? ¿Hay alguna diferencia, un antes y un después luego del trasplante?
“Se disfruta más después del trasplante. Los minutos valen más y esa es una de las cosas que me hacía pensar mucho de seguir siendo rector, pero también tengo el don de la fe, de pensar que estoy aquí para algo y hemos hecho muchas cosas en la universidad. La creación la disfruto tanto como antes, pero también tengo más conciencia del tiempo que me queda y que de ese tiempo todavía tengo deudas con mi familia y conmigo, porque hay cosas que he postergado como, por ejemplo, una especial afición por la música, estudié piano cuando chico y siempre he querido volver a hacerlo, pero nunca he podido. Tengo más libros y compro más libros de los que puedo leer. Igual con la música. Tengo una deuda conmigo y con la poesía, porque escribir requiere de un estado espiritual especial y que este último tiempo no lo he podido encontrar. Tengo una veta humanista sensible que está detrás de este rector formal, serio, y eso me gustaría cultivar. Por lo pronto, estudiaría piano y aprendería matemáticas”.
¿Con qué se desconecta de este trabajo que es siempre muy demandante?
“Leyendo, viendo alguna buena película, a veces, escuchando música. Tengo mucha vida interior entonces puedo hacer esas cosas. Me emociona la buena música y sin ir más lejos fui a ver Rapsodia Bohemia, y me emocionó mucho la película también, ellos son contemporáneos míos y desconocía algunos detalles de la vida de su protagonista. Tenemos una cabaña en Colbún y ahí hay que hacer trabajos manuales, arreglar cosas, cortar el pasto, en eso me entretengo, cosas así, muy sencillas porque no necesito para ser feliz estar en círculos con gente inteligente todo el día hablando cosas graves. Los fines de semana no me gusta mucho saber de la universidad y tampoco soy consumidor de redes sociales, tengo la convicción de que por lo menos a mí no me hacen bien y no soy voyerista de la vida de otras personas. Comprar algo me entretiene, no tengo una negación de salir a comprar. No es una vida intelectual cien por ciento, leo lo que tengo que leer, pero también entiendo que tengo que compartir con mi familia, con mi señora, tener un espacio que es el espacio que no está en el trabajo”.