Marcelo Carrasco, fotógrafo
“Una imagen es un vínculo emocional entre el fotógrafo y lo que retrata”
No solo es tecnología. Hay algo que nunca ha cambiado y es que la fotografía es el arte de lograr que la luz y la sombra hagan el amor de manera intensa. Es lo que Marcelo Carrasco, profesional del lente, ha perseguido toda su vida. Desde los primeros recuerdos de infancia cuando su padre Juan Carrasco (QEPD), le abrió todo un mundo al acercarlo a la cultura y la expresión artística a través del cine y la fotografía, pasando por su trabajo en importantes medios de comunicación, hasta hoy donde dicta talleres para que las personas logren abrir las compuertas de su interior y rescaten la belleza que hay en todo, con una mirada nueva, personal e irrepetible.
Las cosas que más atesora de su niñez no son los juguetes favoritos, sino la relación maravillosa que tenía con su padre, Don Juan, quien siempre instó a sus hijos a empaparse del arte. “Esos años había una efervescencia cultural muy potente. Recuerdo que mi papá me llevaba mucho al cine, cómo olvidar esas tardes en el Cine Central, el Cine O’Higgins y el Cine Manfor, símbolos de un Chillán romántico. Además, como él trabajaba en la Universidad de Chile, sede Chillán, y era el encargado de la Sala Schäfer, vi mucho cine europeo… Ahí me enamore de la imagen y del blanco y negro, un juego de luz que ha marcado mi vida”, relata Marcelo.
Pero hay un suceso que fue trascendental. Cuando Don Juan instaló un laboratorio en su casa. Ese hecho no solo avivó la llama que existía en Marcelo (14), sino que vino a ser la puerta de entrada a un universo que desafía ser descubierto constantemente. “De ‘cabro’ me volví loco con el laboratorio, lo único que quería era hacer mis propias fotos y estar en él. Me llamaba la atención el olor a los químicos que se utilizan en el revelado, era como el perfume de la mujer amada, ese que te emborracha y nunca se olvida”, cuenta con nostalgia.
Primeras fotos
Fue así como Marcelo comenzó a leer mucho sobre fotografía, cada libro que caía en sus manos era una invitación a aprender y experimentar. “Un fotógrafo siempre tiene que desarrollar su curiosidad, soltar su imaginación, ir por más”, aclara. Lo que quedó reflejado en sus primeras fotos, las cuales a pesar de cumplir con las instrucciones precisas de su padre, tenían la huella indeleble de un joven aventurero, que no solo quería descubrir el mundo, sino que reinventarlo a través de cada click.
El mentor y la evolución
Pero toda historia fantástica que se precie de tal, tiene que tener la presencia de un maestro, ese que da el espaldarazo final para los mejores capítulos de la novela personal. En el caso de Marcelo, fue Don Héctor Zúñiga, un profesional que tenía un laboratorio fotográfico en la Avenida O’Higgins. “Aprendí mucho de él, nos hicimos muy amigos”, verbaliza, transportándose a ese tiempo.
Cada avance fue avivar más el fuego que tenía en su corazón. Lo que fue respaldado por su padre, quien le compró la revista “Mecánica Popular”, para que aprovechara de conocer más sobre la parte tecnológica de la fotografía. “Las primera fotos eran en 35 mm, en blanco y negro, despertando mi lado emocional y sensitivo. Más tarde, llegaron las cámaras Polaroid en color y fue todo un hallazgo, sobre todo en el ejercicio laboral en diferentes medios de comunicación. La tecnología vuela a velocidad luz y siempre hay que estar a la par con ella. Así se sucedió la cámara digital, la cual vino a profundizar aún más en la manera de captar el mundo, pero sinceramente nunca me he olvidado del blanco y negro, ya que es una fotografía más emocional y artística”, afirma.
Experiencia laboral y humana
Trabajó en diferentes medios nacionales como La Tercera, El Mercurio, La Época, La Discusión, entre otros, siendo corresponsal en Chillán y la Región del Biobío. “Todo comenzó porque mi mamá, Lucila Fuentealba (QEPD), estaba muy orgullosa de mis trabajos y un día el capitán de Ñublense, Mario Cerendero, vio mis trabajos y me invitó a tomarle fotos en el estadio. Recuerdo que Ñublense jugaba con la Universidad de Chile y justo hice la foto del gol de él, la cual me solicitó Don Alberto Riveros, un fotógrafo de un medio nacional”, asevera y agrega “ese hecho fue el principio de mi vida laboral, donde llegué a ser corresponsal de diferentes medios locales y nacionales, lo que me permitió conocer diferentes personas y lugares, realidades sociales de las que me impregné en la piel como las protestas políticas, noticias fuertes del área policial, la venida del Papa Juan Pablo II, etc. Además, en esos años (ochenta), tuve una estrecha colaboración y amistad con numerosos comunicadores, por ejemplo, Adolfo Valenzuela, Héctor Patricio Suazo, Cecilia Morales y Mario Landa, a quienes agradezco las oportunidades”, dice y profundiza “el hecho de haber trabajado en el área policial y deportiva me enseñó mucho, pero reconozco que la parte criminalista me cambió la vida, uno se pone más sensible, valoriza más lo que uno siembra, la amistad sincera, dar sin pedir nada a cambio”.
Exposiciones y reconocimientos
Con los años, Marcelo ha tenido la grata posibilidad de montar exposiciones con sus trabajos en diversas comunas de Ñuble. “Mis exposiciones son muy emotivas, es mi sello, mi arte, imágenes donde lo social sobresale. Siempre trato de dar una nueva mirada a lugares y a la naturaleza (paisajismo y retratos). En cuanto a reconocimientos he tenido de todo tipo a lo largo de mi trayectoria, menciones honrosas en concursos, de mis propios colegas y la obtención del Primer Premio en un concurso de Ñuble Región que me lo entregó el intendente Martín Arrau”.
Fotografía inmortal
Hoy Marcelo dicta talleres de manera personalizada o grupal, donde su objetivo principal es que cada persona se abra desde su interior y logre darle un contenido humano a sus trabajos. “Lo más importante, más allá de enseñar lo técnico, el diafragma, ISO, apertura focal, etc., es concientizar que la máquina no toma la foto, sino que es la persona la que maneja todo. Cada alumno (a) debe descubrir lo que parece invisible a lo cotidiano”, indica.
Además hace retratos particulares, lo cual también le ha dado muchas satisfacciones. “Eso es muy potente, ya que quien posa frente a mi lente confía su esencia a mi trabajo. El retrato descubre a la persona”.
De esta manera, Marcelo continúa su día a día junto a su gran amor: la fotografía. “Si a la vuelta de la esquina me pillara la muerte, me voy feliz porque seguí mi pasión toda la vida”, concluye.
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