Fernando Lizama Murphy, escritor talquino. “Cuando me extravío en la lectura de un libro, me siento transportado en una máquina del tiempo”
Nació en Santiago en 1949 y cursó tres años de Filosofía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, sin concluir la carrera. “Como una alternativa opté por estudiar publicidad en un instituto, profesión que nunca ejercí, pero que me permitió llegar al mundo de las ventas, actividad en la que me desempeñé durante más de cuarenta años. Hoy estoy jubilado y dedicado cien por ciento a la escritura”, así describe su transitar hacia la literatura este escritor con cerca de 40 años en el Maule.
“Siempre me inquietaron las expresiones culturales. Fui muy buen lector desde pequeño y me gusta la pintura, la escultura, la música, la fotografía, el cine y por supuesto la literatura. En este contexto, en 1996 cursé el Diplomado en Humanidades de la Universidad de Talca, que te daba un barniz general sobre todas las expresiones del conocimiento y de las artes. Ahí escuché hablar del Taller de Narrativa que se impartía en esa misma casa de estudios y un año más tarde me incorporé. Entonces lo dirigía la profesora de literatura y escritora Susana Burotto”.
¿Cómo se dio el tema de ser escritor?
El trabajo de vendedor es solitario. Muchas horas a bordo de autos o buses te dan un tiempo privilegiado para pensar, para imaginar historias. Ahí, de memoria, iba construyendo mis cuentos para volcarlos a un papel cuando regresaba a casa o llegaba al hotel en que me tocaba dormir. Además, cuando trabajas en ventas, debes interactuar con muchas personas de los más distintos orígenes y sin querer conoces parte de sus vidas, te haces amigo. Son experiencias muy enriquecedoras que, a veces, se plasman en un relato.
Me di cuenta que la parte creativa se me daba fácil, pero por supuesto carecía de los conocimientos necesarios para convertir esas historias en algo literariamente bueno. Eso fue y es lo que continúa aportando el taller. Porque cuando la Universidad de Talca decidió cerrar el ciclo del Taller de Narrativa, un grupo de entusiastas nos continuamos reuniendo en la casa de uno de los participantes y el Taller Callecorta, que así lo bautizamos, siguió su camino hasta nuestros días. A estas alturas, he escrito más de doscientos cuentos.
La escritora argentina Samantha Schweblin dice que una novela es un cuento fallido y con la primera novela que publiqué “Código Morse” esa norma se cumplió a cabalidad. Partió como cuento y como se fue prolongando, decidí convertirlo en novela. Lo mismo me pasó con “La Ruta de la Venganza” una novela inédita que está a la espera de su oportunidad de ser publicada. Mi otra novela “La Ruta del Exilio” nació como tal.
¿Qué nos puedes contar de cada uno de tus libros publicados?
“Código Morse” es una novela de orientación juvenil que trata un tema muy latente en nuestra sociedad. La violencia en el pololeo. Una pareja de compañeros se junta a estudiar, el muchacho intenta sobrepasarse, la niña se defiende y se desencadena un drama que involucra a las dos familias y a todo el entorno de los chicos.
“La Ruta del Exilio” tiene un tinte más político porque se trata de un guardaespaldas de Salvador Allende que el 11 de septiembre de 1973 logra huir de La Moneda y luego de varias peripecias consigue asilo en la embajada sueca. Viaja a ese país, un año después lo hace su mujer y sus dos hijos y comienzan una nueva vida de familia, intentando convivir con otros exiliados. La hija crece, ingresa a la universidad y viaja con una compañera a Francia. Ahí conoce a un vitivinicultor chileno, se enamoran, se casan y regresan a un Chile muy distinto al que ella dejó y al que le pintaba su padre, con sus pros y sus contras.
Tengo un libro de cuentos “24 Cuentos, las historias se cuentan por docenas”. No se ha editado en papel y solo está disponible en Amazon. Tal como dice el título, son 24 historias que no siguen una temática específica. Son breves y entretenidas.
El libro con las “Crónicas chilenas de cielo, mar y tierra” surge un poco por azar. Cuando se publicó “Código Morse” y como resultaba imposible conseguir una nota periodística, con mi amigo Javier Orrego, escritor de Pelarco y avezado en el tema de la publicidad digital, creamos un blog en el que, inicialmente, subí cuentos que no tuvieron gran acogida. Entonces se nos ocurrió el tema de las crónicas porque yo tenía escrita una del 2006, la del Puente sobre el río Maule. Esto fue mucho antes de que comenzara el boom de los libros históricos. Por más de dos años subí una a la semana y la compartimos por mail, Facebook y otros medios digitales; desde un comienzo tuvieron una acogida bastante buena. Empecé por tener una docena de visitas diarias hasta que publiqué “Malva Marina, la hija abandonada por Neruda”. Para las cifras a las que estábamos acostumbrados, fue una locura. Saltamos a cien, doscientas visitas diarias y en ascenso. Actualmente el blog supera las tres mil visitas mensuales, pese a que ya van varios meses en los que no he aportado nuevos contenidos.
Uno de los lectores que recibía mis crónicas era el jefe de adquisiciones de una cadena de librerías y él me sugirió que las convirtiera en un libro. También él me recomendó Ediciones Legatum y aquí están. 23 crónicas de episodios y personajes poco conocidos de nuestro país. Malva Marina no está en este libro. Espero que aparezca en uno dedicado a los poetas chilenos.
El nombre del libro obedece al dicho popular utilizado para referirse a alguien o a algo perdido: “lo busqué por cielo, mar y tierra”. Como la mayoría son historias difíciles de encontrar, pensamos que este título era el más adecuado.
Siendo un amante de viajar, ¿qué tanto te ha aportado al momento de abordar una historia?
Viajar te cambia la perspectiva del mundo. Convivir con otras realidades, con otras personas es una de las experiencias más enriquecedoras que puede tener un ser humano. Pero más me ha enriquecido viajar por la historia de los países americanos, visitar, a través de personajes casi desconocidos, otras realidades, otros tiempos. Cada personaje, cada episodio de las crónicas es como visitar un planeta distinto. Cuando me extravío en la lectura de un libro o en la búsqueda por internet, me siento transportado como en una máquina del tiempo.
¿Qué escritores admiras?
Mi padre era un gran lector y él me abrió el apetito por la lectura a través de Emilio Salgari, Edgar Rice Burroughs, Rafael Sabatini y tantos otros que me trasladaban a mundos fantásticos, pero cuando comenzaron a llegar a mis manos los libros del boom latinoamericano, me trastorné. Casi todos me gustaron, pero mi favorito fue Alejo Carpentier y su “Siglo de las Luces”. También Gabriel García Márquez. Vargas Llosa un poco menos. Los cuentos de Cortázar me alucinaron. En estos momentos leo mucho a novelistas españoles como Idelfonso Falcones, Julia Navarro, Matilde Assensi y cuentistas argentinos. Me gustan Samantha Schweblin y Selva Almada. Prefiero leer en castellano. No me gustan las traducciones y mis conocimientos de otros idiomas son bastante precarios.
Además, eres un gran cinéfilo…
El cine y la fotografía son mis otras pasiones. Me gusta mucho el cine arte, que es difícil de conseguir en Talca. A veces veo algunas películas destacadas en distintos salones, pero al final, por falta de oferta, terminas consumiendo cine comercial. Me agrada porque es entretenido, para pasar el rato, te eleva la adrenalina y no te hace pensar demasiado. Y algunas películas con contenido sobresalen. Un par de veces al año, en el taller Callecorta reemplazamos los cuentos por una buena película que analizamos. Todos nos volamos en esas sesiones.
¿Cuáles son tus proyectos futuros?
Continúo escribiendo ya que para mí un día sin escribir es un día perdido. Tengo material para dos o tres libros más de crónicas, para varios de cuentos, tengo lista “La Ruta de la Venganza” y un par de novelas más a medio camino.
Pero todo está sujeto al tema editorial. No volveré a aventurarme en la autoedición. Es onerosa, decepcionante y no te conduce a ninguna parte.
Además tengo la desventaja de vivir en provincias, ajeno a toda la parafernalia capitalina. Como en muchas otras actividades, los escritores provincianos somos una especie de parias. Hay varios narradores y poetas talquinos, premiados en muchos concursos literarios, cuya obra carece de toda trascendencia porque no tenemos acceso a los medios y autoeditarse es casi suicida.