Cristian Fuica, artista visual, profesor y editor de libros: “El mejor reconocimiento es de tus pares, familia y amigos”
Estudió Pedagogía en Artes Plásticas y Licenciatura en Arte con mención en pintura en la Universidad de Concepción. Magíster en edición de libros de la Universidad Diego Portales y Máster en industria editorial de la Universidad Pompeau Fabra.
Ha desarrollado su labor docente en colegios y universidades. Ha obtenido premios a nivel regional y nacional, en donde destaca el primer lugar en el “XVIII Concurso Nacional de Pintura Valdivia y su Río”. Sus obras se han expuesto en distintas ciudades del país y el extranjero. Actualmente, vive y trabaja en Los Ángeles de Chile.
¿Cómo nació tu gusto por la plástica?
La plástica es solo un medio, la mayoría de los artistas plásticos que conozco y reconozco son de un alma anacrónica, propicia al divertimento, nunca se aburren, buscan cosas que los atrapen, sea esto un momento, un pensamiento o un mega emprendimiento. Con esto quiero decir que mi gusto por la plástica aparece en la niñez, cuando te aburres y sigues patrones y modelos que quieres emular de algún modo, como todo humano en su primera fase de aprendizaje, nada más. En esto enfatizo nuevamente, el pertenecer a una gama de nuestra especie que origina un proceso creativo no me transforma en nada sagrado, se es una pieza más de un estado evolutivo… así es como un astrofísico también es un gran poeta o un matemático, un ‘pulento’ músico. Uno ya viene con una estructura definida, la elección es la que hace la diferencia.
Cuéntanos sobre tu trayectoria
A los 14 – 15 entendí que no sabía hacer muchas cosas que no fueran el gusto por algunas lecturas, que mi pensamiento era netamente humanista; que comenzaba a aborrecer (no confundir con odio) a la gente y que estaba más cómodo dibujando en soledad. Luego comencé a pintar con furia, idiotamente. Posteriormente, me metí a la U a estudiar y a tomar litros de Báltica. Y así nace el pintor, algo confundido, sin mucha teoría; muy lego, tosco e inadaptado en el mundo supraestético y objetivo. Pero con la antorcha que toda la juventud posee, entonces pinté mucho, hice y no hice. Gané algunos premios y conocí mucha gente valiosa, con la misma llama en su mirada y aprendí bastante más que en la U. Luego como profe comencé a enseñar en colegios y educación superior y fui terminando de aprender las cosas básicas. Luego vino la locura por los libros y estudié Edición y desarrollé el proyecto editorial Camino del Ciego.
Además eres docente, ¿cómo te complementa esa área?
Como dije antes, retroalimentando un montón de cosas, se termina de entender el qué, el cómo y el por qué de muchas didácticas y experiencias de aprendizaje. Ser profesor tampoco es la media cumbia, de hecho los mejores profes que conozco están en los hogares, en una casa común y corriente donde la madre o el padre te dejan casi listos para la vida; un buen poema, una buena canción, la mejor conversación juvenil también son buenos profes. Los contenidos siempre han estado allí, es llegar y tomarlos, lo difícil es medirse, autoevaluarse. Entonces ahí aparece el profe, un elemento externo que te dice si vas bien o vas muy mal.
¿Cuáles han sido tus reconocimientos más importantes?
El de tus pares, tus colegas que entienden por todo lo que has pasado para pintar ese cuadrito y te lo alaban en algo. El de tu familia, que te dejó salir a vagar con libre ímpetu por la “calle del arte”. El de tus amigos que te pidieron regalado un cuadro o te lo cambiaron por algo valioso para ellos. Ese siempre es el mejor reconocimiento. El resto es humanidad forzada.
¿En qué estás ahora y cuáles son tus proyectos futuros?
Ya no pinto, espero hacerlo pronto. Mi editorial Camino del Ciego está en receso también, lo cual siento mucho más ya que arrastro con mi invisibilidad a un montón de amigos y escritores que me confiaron sus proyectos bibliográficos, espero volver pronto también, y espero ellos me entiendan. Por lo pronto hago clases de pintura en la CCMLA y dirijo un proyecto en Plaza Pinto llamado Pueblo Nuevo, que es una especie de restaurant con barra y con objetos de arte y variedad para mirar. “Un lugar de encuentro”, le llamaban en los ’80.