Para responder al concepto de frustración, es necesario introducir que en todo momento experimentamos algún tipo de emoción o sentimiento que varía a lo largo del día, según lo que nos ocurre y en relación a nuestra historia previa. Las emociones son experiencias complejas y para expresarlas utilizamos una gran variedad de términos, además de gestos y actitudes incluyendo respuestas a nivel del lenguaje expresivo, cambios fisiológicos y secuencias conductuales, como patrones de evitación o rendimientos empobrecidos. Las expresiones emocionales son cruciales para el desarrollo y regulación de las relaciones interpersonales.
Por lo tanto, la frustración es una situación en la que una expectativa, un deseo, un proyecto o una ilusión no se cumplen, así como es una vivencia emocional ante una situación en la que un deseo, un proyecto, una ilusión o una necesidad no se satisfacen.
Desde la infancia
Definiéndose como cualquier obstáculo que interviene entre el niño y su meta. La forma en que el niño perciba esta frustración es lo que va a determinar cómo se sienta cuando se encuentre bloqueado al querer alcanzar esa meta, no obstante, existen factores biológicos y medioambientales que influyen constantemente frente a las respuestas conductuales. Cada niño nace con un carácter definido, algunos son más impulsivos y más autoexigentes que otros, lo cual dificulta aceptar sus errores. Lo importante es ayudarlos a moldear su forma de actuar.
En cuanto a los factores medioambientales, se refieren fundamentalmente a la familia y a todo aquello que rodea al niño. Por lo que no debemos olvidar la importancia de los modelos que los niños siguen. Si los padres tienen baja tolerancia a la frustración frente a distintos hechos o situaciones, es muy probable que el menor actúe de la misma manera.
La sobreprotección también es un factor influyente. Aquellos niños a los cuales sus padres les evitan situaciones conflictivas, no sabrán cómo actuar cuando ellos no se encuentren. Esto puede aumentar las dificultades para tolerar la frustración. Así cuando decimos que una persona tiene tolerancia a la frustración, internamente lo que tiene es un grado de fortaleza y cierto equilibrio interior que le permite continuar desarrollándose a pesar de la frustración, y por el contrario cuando decimos que un niño tiene baja tolerancia a la frustración, ante una situación mínima o pequeña se asusta, se enoja y se muestra hostil, o se pone triste y desmotiva en sus quehaceres.
Un nivel alto de tolerancia a la frustración implica utilizar recursos emocionales propios para aceptar el hecho o evento interno o externo manteniendo una posición positiva y activa en relación con las circunstancias del entorno. De esta manera, necesitará de una frustración muy alta para que se muestre o descargue agresividad hacia fuera o hacia sí mismo, se asuste o se deprima.
Algunas conductas en niños serían aquellas en las que se rebelan frente a la autoridad con una postura de total negativismo hacia el trabajo escolar, arrojando las cosas al suelo y apareciendo el llanto. Otros expresan su rabia encerrándose en sí mismos, con comportamientos desadaptativos.
Lo positivo es que se puede enseñar al niño a controlar la situación y a tener una respuesta más adecuada ante sucesos que le producen actualmente esa frustración. Se puede aprender a tolerar mayores retrasos en el deseo y en la gratificación del mismo. Porque en la vida se encontrarán con distintos obstáculos que harán que las cosas no resulten siempre como ellos quieren. Decirles NO cuando sea necesario, poner límites, y permitirles que resuelvan los problemas por sí solos, les permitirán aprender a tolerar y confiar en sus capacidades, enseñándoles a los niños que el error es parte necesaria de los aprendizajes y de la vida, siendo siempre posible empezar de nuevo y buscar soluciones.
Magdalena Cárcamo Parra
Psicóloga clínica
Especialista en psicoterapia infanto-juvenil
Reg. CONAPC 2279
@magdalena___carcamo