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Parra: la muerte del cuerpo, no del antiverso

Después de vivir 103 años, más de un siglo, y siendo una de las figuras de la literatura chilena, hispanoamericana y mundial más connotadas, toda la vida del hombre se resume en los medios informativos con una sola frase: “falleció Nicanor Parra a los 103 años”. Pero hay algo detrás de esta personalidad desequilibrante que trasciende su identidad y quien fue, más bien ese algo apunta a lo que ya es y seguirá siendo, un verso, o para ser más parrianos, un antiverso que ya entró a la galería de la inmortalidad.

Y es que este verdadero revolucionario de las letras, no solo tuvo la claridad intelectual para crear, sino que forjó nuevos caminos en el campo de la poesía que invitan a los lectores a quitar ese halo de solemnidad y estructuración a las cosas y las situaciones humanas. ¿Cómo lo hizo?, a través del humor, la ironía, develando el desorden del orden y aprovechando esas grietas para dejar fluir manantiales de visiones que nos instan a ser críticos sociales pero comprometidos no solo con el individuo como sujeto y sus historias personales, sino también con la transversalidad de lo cotidiano, con eso que pasa aquí y allá, el detalle, lo que muchas veces no se ve pero que debería de observarse.

Terrenalmente fue el mayor de nueve hermanos, muchos de ellos con una trascendencia similar, como Violeta, Roberto, Eduardo “tío Lalo”, entre otros, nacido en San Fabián de Alico, cerca de Chillán en 1914. Sus padres, Nicanor, un profesor / músico y Rosa, una tejedora / modista, lo introdujeron al mundo del arte chileno del folclore, una semilla que más tarde tendría sus frutos.

En 1932 se trasladó a Santiago donde estudió Física y Matemática en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile, y una vez que egresó volvió a Chillán donde fue profesor del Liceo de Hombres y publicó su primer libro “Cancionero sin nombre” (1937).

El reconocimiento llegó con su segunda obra “Poemas y Antipoemas” de 1957, libro que reflejó todas las vivencias de Nicanor en Estados Unidos y el Viejo Mundo, donde la esencia de sus versos son verdaderos espejos donde reflejarse. Ahí está el hombre común siendo parte del mundo. Posteriormente, surgen otros poemarios como “Obra Gruesa” (1969), “Artefactos” (1972), “Sermones y prédicas del Cristo de Elqui” (1977), “Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui” (1979), “Coplas de navidad” (1983), “Poesía política” (1983), “Hojas de Parra” (1985), entre otros, a lo que se suma su presencia en antologías y exposiciones visuales. La obra de un siglo que obtuvo reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura en 1969, el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo en 1997, el Premio Reina Sofía en 2001 y el Premio Cervantes en 2011.

Sin dudas, un hombre terrenal excepcional, pero subiendo nuevamente a los cielos, a la trascendencia, Nicanor Parra dejó su identidad y pasó a la dimensión donde los antiversos seguirán escribiéndose, el hombre perece pero el manantial no deja de fluir nunca.

Gracias por lo vivido y por lo que seguirás creando Nicanor, recuerda que lo que murió fue tu cuerpo, no tu genialidad, plasmada en tu reconocida y pertinente frase “la muerte es un hábito colectivo”…

Arnoldo Ferrada
Periodista
Editor Periodístico Nos Magazine

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